DOS
ESPOSOS LEALES Y EN CADA PUERTO UN AMOR
Singladura
Nr.10
Muchas cosas feas oímos decir de los marineros, causadas
quizás porque solo vemos al infeliz que cae borracho por alguna cuneta, canta
en la madrugada recostado al poste de la luz, se orina en un monumento o cae en
un calabozo donde le roban y le dan una paliza. No vi yo en mis años de marino,
en puerto alguno del mundo, a un solo ciudadano preocupado por saber si a un
marinero le faltaba el agua. Tampoco supieron los vecinos jamás que había y hay
marineros que son literatos, científicos, filósofos, poetas y seres humanos. Yo
sé, yo fui marinero, yo viví en el mar y mil puertos, bebí de los labios de dos
princesas y también muchas prostitutas. Visité templos y museos, universidades
y palacios, dormí bajo puentes y en muy buenas camas ajenas. Hay también muchas
cosas que no hice y si usted se lo imagina de un marino, yo lo sé y sé un
poquito más. Yo sé del hombre cuyos instintos sexuales le llevan a darse
dentelladas en sus propias carnes al pasar de los meses sin ver una mujer. Y al
que necesita seis mujeres en un día para empezar a despejarse de las olas del
mar. El macho de la especie tiene una obligación y una condena; descargar su
cuerpo y procrear, quiéralo él mismo, o no. Por esa razón el hombre es básicamente
un animal de instintos más que un monumento al amor. Mientras que la mujer es
un árbol homérico que se planta en el medio del valle, crece, da flor, fruto,
sombra y protege del sol y de la tormenta, el hombre es un conjunto de
animales, aves y peces que se alimentan y se nutren de sus frutos. Luego de
disfrutar el perfume de sus flores, se guarece del tiempo, se cubre de sus
ramas, disfruta de la leña cuando cae envejecido y sigue buscando flores.
Las cosechas del campo son por temporadas, la vida
del animal también. Así es el marino en puerto después que amainan las
tormentas. Al fin y al cabo, nadie conoce a un marino, nadie se acuerda de él,
ni siquiera es noticia cuando su barco se hunde y perecen los tripulantes.
Aunque si se puede hacer dinero con películas ya tiene ahí al Titanic. De modo
que no hay marino santo ni, aunque se llegue a casar con la Reina Isabel y se llame
Príncipe Felipe de Mountbatten. Hay mucho que decir del hombre marinero, recuerdo
una tonadita retozona que oí en Cartagena, Colombia una vez.
“El hombre marinero no se debe casar, porque al
cruzar el agua lo pueden engañar”…
Yo he publicado no hace mucho un cuentecito breve
titulado EL ÚLTIMO GEMIDO que lo justifica.
Pero hoy yo he pensado en dos hombres marineros
distintos. Uno español y uno noruego. Tal vez “Ripley’s Créalo o No” puede
creerlos, pero yo los conocí. Yo los creo. Helos aquí.
Joao Loureiro, coruñés, marino de barcos de vela y
pesca internacional, lo conocí en Cuba siendo yo un niño. Me lo encontré en el
Golfo de Baffin, mares del Norte en Guerra. Joao estuvo 24 años fuera de su
familia navegando y manteniendo a su esposa y tres hijos hasta que crecieron y
se graduaron todos de universidades, porque él no sabía leer ni escribir y
quería que ellos fueran mejores. Joao se conservó limpio sin tocar mujer alguna
en todos esos años por una razón que me explicó una vez antes de morir. “Juana
me ha sido fiel toda mi vida”. Hábleme usted a mí de amor y fe.
Y Sven Harversen, fogonero naval noruego, flaquísimo,
el cuello horriblemente quemado por una explosión en una caldera de la
maquinaria de un barco que se hundió. Sven no salía a tierra en puerto alguno.
Reía cuando se enteraba que otro marino estuvo en tierra y no consiguió mujer: “Hombre,
Ikke Inger Fitta pa dagso” (Hoy no es Inger Fitta), pero él no las buscaba.
Navegamos en el mismo barco y a veces charlábamos un poquito en la cubierta,
con su único tema, sonreír al tiempo. Cuando nuestro barco fue hundido durante
la campaña naval cerca Noruega, yo lo rescaté del agua a los tres días en el
bote que yo había escapado con dos muertos abordo. Mucho hablamos en los seis
días que flotamos a remos en un océano sin fin. Sven tenía una madre muy
enferma eternamente y una hija paralítica en Noruega que ahora estaba bajo el
control de los nazis alemanes. 24 años sin verlos, pero necesitaba todo su
sueldo para cuidar de ellas y mantenerlos. Si se gastaba el sueldo en cerveza y
mujeres sacrificaba a sus seres más queridos. Por eso Sven no buscaba mujeres.
Ahora háblenme a mí de hombres infieles por naturaleza y de amor puro y
decente.
Gilbertto Rodriguez.
Miami-Fla..USA
2011-04-27
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