A
LA DERIVA
Singladura
Nr.9
Las
olas se estrellaban contra el costado de estribor, lanzaban salpicaduras a
mis ojos y chorro tras chorro del salino líquido al interior de la cabina.
El mástil se sacudía libre de carga como los potros cerreros cuando
juguetean en las montañas rocallosas. El último jirón de la tela se abría
paso a tropezones entre cresta de ola y bocanada de tormenta. El bote
corría de costado, manipulado a gusto por las ondas descaradas... al
garete. La pala del timón flotaba burlona a unos pocos metros de la borda.
Una carcajada de las aguas le había arrancado de sus soportes y ahora le
mecía como a diosa en
hamaca de mullidas cuerdas. Un remo era mi medio único de
propulsión ahora, como si el espíritu de Saint Elmo quisiera robarme todas
las pocas energías que me quedaban para usarlas en la noche, como lumbre
a su supuestamente maldita luz de los mares.
Las jarcias, alguna de las cuales había sido arrancada de sus bases en la
cubierta revolaban en todas las direcciones cual columpio en el parque
movido por traviesos pillines, aunque a mí se me antojaban péndulos en la torre
de la catedral. "Tengo que amarrar esos cables o”... Me dije sin
poder concluir la frase; un fuerte latigazo me rajó la cabeza. Ahora el
agua y el rojo líquido me corrían por los ojos haciéndome mucho más
difícil la misión, porque los bandazos y sacudidas eran tan violentos que,
la experiencia y habilidades mías estaban siendo puestas a una dura
prueba.
Al fin, limpiándome la sangre del rostro con el dorso del
antebrazo derecho, atrapo de un salto el dichoso cable de la jarcia y me
aferro al mismo, pero una ola que casi vira el bote completamente, lleva el
palo casi hasta el punto de tocar las olas y, de paso, me tira, jarcia en
mano, fuera de la cubierta, al mar. -¡Ah, gato, que uñas te gastas! No
logró hacerme soltar el cable. No solo mi cuerpo colgaba del mástil en
este juego de gato y ratón, si no mi propia vida. Usando más fuerzas que
las que ya me quedaban, en un instante en que el peso de mi cuerpo, por
unos pocos segundos, envolví mi brazo derecho en el cable en forma de
espiral y me amarré la punta de este alrededor de la cintura.
La próxima ola, que ahora era menos violenta pero más alta, devolvió el
nivel del bote hacia el lado opuesto, con lo cual el mástil tiró de la
jarcia y el cable de la jarcia tiró de mí. Creí que se me desprendía el
brazo del cuerpo cuando volaba por sobre la cubierta golpeándome cada
hueso del cuerpo como si el cocinero del infierno hubiera decidido hacer
un amasijo de carnes a costa de mis piernas. Solo que no logra hacerme soltar
el cable, ni cuando estaba en el agua fuera del bote, ni ahora, que me
encontraba forcejeando con el cable en cubierta. Y logré al fin atar el
cascabel al gato, un problema menos.
El viento no amaina, el bote sigue acumulando agua en su vientre, con lo
que se hace más cruel y violento cada bandazo que sufre. Pensé que, si
derribaba el mástil, podía ciertamente aminorar la violencia de los vaivenes
de costado, pero a veces lo que parece malo, no es siempre lo peor... Y,
luego, ¿con que se sienta la cucaracha? todo lo que estaba suelto había caído
al mar ya... y el hacha también. Nada había con que cortar el duro palo de
la vela.
Miré de pronto hacia el agua que ahora se gozaba de su triunfo, bailando
allá dentro de la cabina. "¡Hola, estamos de fiesta!", me dije.
La botella de coñac que siempre me acompañaba en mis aventuras, mirándome
descaradamente, danzaba al compás de un Strauss empedernido que pretendiera
robarle su reino al Rey Neptuno y, desnuda ahora de su etiqueta, como que
me retaba a libar.
-Coñac, mujer, hembra, salvación, compañera fiel...
Tragué como un bendito que se arrastrara a los pies de una diosa tentadora
y silente besándole los pies por su bendición. Al hacerlo y echar la
cabeza hacia atrás, en el momento que una ola chocaba, resbalando caigo
boca arriba mientras un chorro del cálido licor se derrama sobre mi cara.
"Ah, bueno, también me quieres curar la herida”... y me lo froté
sobre la herida, mezcla de agua, licor y sangre.
Los días pasaron y cuando las olas se calmaron un poco, yo logro con
el remo volver el bote popa al viento y, de ese modo, el pelado y
alto palo, al ser empujado por el viento me sirve de una suerte
de esqueleto de vela. Pero en cuanto al agua, no tengo medio
alguno para sacarla, con lo que se hace muy difícil avanzar en
dirección alguna, como no sea hacia el norte. Las aguas del Atlántico,
dada la posición por la cual yo navegaba cuando empezara la tormenta,
por mucho que el viento del Norte me empujara hacia el sur, el calado
que el agua abordó le había impuesto a mi bote, tenía por fuerza
que haberme llevado al menos unas cuantas millas en dirección norte, Terranova,
Groenlandia, Islandia, tal vez Portugal, Noruega...
Pensé en Julio Verne y en su Capitán Nemo viéndose arrastrados hacia el
Maelstrom. ¡Horror! Me reí de mí mismo al pensar en ser tragado por los
remolinos del Maelstrom, cuando las quemaduras del sol y el salitre que
ahora carga mi piel, el hambre y la sed que calan mis más profundos
tuétanos y la incertidumbre que conllevan los horizontes desiertos...
Comencé a cantar. Por favor, olas amigas, no se enojen de nuevo, canto para ustedes.
Un tiburón curioso se aposta cerca del bote. Nos
miramos... una y otra vez. Pienso, nos miramos muchas veces y entra la
noche. "En la noche vendrán sus amigos y familiares; probablemente ya
este cachondo les ha mandado aviso: "Venga uno, vengan todos, que hoy
comemos"... Y me antojo yo de pensar en hacerle una pregunta al buen animal:
"Oye, hermano, ¿quién se va a comer a quién?"
Pero el tiburón luce joven y saludable y con una dentadura perfectamente
afilada por uno de aquellos gallegos que con un aparato de una rueda,
pedal y piedra afilaban las tijeras de las amas de casa isabelinas, mientras
que yo, a más de dos semanas de separación de una comida, las encías
adoloridas, la boca reseca y el orine en candela, ¿con qué cuento para la
cena? ¡Ríe, alégrate, estás vivo, mira al futuro, allá alante hay un
puerto... ja, ja, ja!
Cuando miré a mi alrededor no tenía la menor idea de donde estaba, ni de
que hacían todos esos hombres uniformados trabajando afanosamente en y
sobre mí, y esos saltos y chillidos.
-¡Bien; ¡Ya vuelve, está vivo!
-¡Ya vuelve! ¡Vive!
-¡Lo salvamos!...
Gilberto Rodríguez
Miami-Fla..USA
2009-08-18
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